miércoles, 1 de febrero de 2012

La poesía de los acontecimientos comunes

Un hombre y una mujer se conocen, se enamoran, se aman, se hieren y se separan. Nada hay de extraordinario o de inusual en esta historia, que es la historia de todos nosotros, el ciclo natural e inevitable de casi toda historia de amor: florece, resplandece, se marchita y muere. Y la última conversación como amantes, la que desemboca en una ruptura, dolorosa o anhelada (quizá las dos cosas a la vez), ese intercambio de palabras que siempre suenan tan frías, tan calculadas, en las que retumba el recuerdo agridulce de los momentos pretéritos y las recriminaciones veladas durante tanto tiempo. La conversación donde se reclaman nuestras pertenencias, que todavía están en poder del que dentro de pocos instantes se volverá un desconocido. Sí, es gradual y poco perceptible, pero el tiempo lo transformará en un desconocido. Nada hay de trascendental, de sublime, de melodramático en las palabras de Mimì, que pide a Rodolfo su anillo de oro y su libro de oraciones, y que se los entregue al portero por conveniencia, para evitar re-encuentros incómodos con su antiguo amante. Y sin embargo, cuando dice a Rodolfo que puede guardar su “cuffietta rosa” - la que él le había comprado el día que se conocieron y se enamoraron - como recuerdo de amor, no podemos dejar de estremecernos. La situación y las palabras no tienen nada de extraordinario, como ya he dicho, son nuestra historia. La música, sin embargo, las eleva a cumbres inusitadas, imprevistas, y hace esta separación, a primera vista tan banal, sobrecogedora. Al fin y al cabo, esto es el arte: hacer de nuestras pequeñas y casi insignificantes historias personales un gran acontecimiento que merece mención, reflexión y su celebración a través de un gran poema, un gran cuadro o una gran música.