jueves, 1 de diciembre de 2011

Les 400 coups

(Aviso para quien no la ha visto y tiene intención de verla: Ésta entrada tiene “espóilers”)


Hace muchos años que no veía esta película. Truffaut decía que dirigía películas como las que le habría gustado ver en el cine cuando era joven. Tristísima e incluso trágica, nos muestra la dureza de las condiciones de vida de la infancia en los años cincuenta. El protagonista, Antoine Doinel, vive un infierno en el colegio, con profesores mediocres y autoritarios que imparten clases aburridas, y en casa, con una madre exigente, severa, irascible y fría y un padre infantil e irresponsable. Todo empieza con un castigo que recibe en el colegio y la posterior tarea de copiar la frase “No profanaré las paredes del colegio”. Antoine se olvida de hacer los deberes y ésta situación se va agigantando, él intenta excusarse pero lo único que consigue es enterrarse cada vez más y el asunto se va agravando.


Antoine duerme en una especie de desván al lado de la cocina, su pijama está roto y ni siquiera tiene sábanas. Tal como no hay apenas sitio para él en su propia casa parece no existir un espacio afectivo para Antoine en la vida de sus padres. Cuando se escapa de casa por primera vez debido a las reprimendas que ha sufrido en el colegio y escribe una carta a sus padres anunciando su huída, nos choca la indiferencia de éstos, ni siquiera vemos señales de preocupación y mucho menos intención de buscar a su hijo. Venimos a saber más tarde que la madre de Antoine ya estaba embarazada de él cuando conoció a su actual marido y que Antoine fue criado por una niñera y vivió con su abuela hasta los ocho años. Su madre nunca deseó su nacimiento y le ve como una carga. Más que el abuso físico al que sometían a los niños, lo que llama la atención es la terrible carencia de afecto que sufre Antoine, mucho más dañina que los golpes ocasionales que recibe de sus padres y de sus profesores. 
Después de escaparse de casa por segunda vez, cuando Antoine devuelve una máquina de escribir que había robado de la oficina de su padre para venderla y conseguir dinero para sobrevivir – intento fracasado – le descubre el conserje y sus padres deciden desentenderse de él y entregarlo a la policía. Ahora Antoine no pasa de un pequeño criminal ante los ojos de la sociedad, y será tratado acorde con ello.


Sin embargo, como suele suceder con las grandes obras, Les 400 Coups tiene una nota de liberación y esperanza. Las escenas en las que él y su amigo Renée hacen novillos y corren por París (magnífica la fotografía de Henri Decaë) y en la que filman las caras y reacciones de centenas de niños mientras asisten a una representación de marionetas de Caperucita Roja son enternecedoras y confirman la justa fama de Truffaut como un generoso retratista de la infancia. La amistad entre Antoine y Renée parece ser la única relación solidaria y pura de la narración, contrastando con la relación tensa e infeliz que tiene con sus padres.


Y claro, la escena final, cuando Antoine se escapa del Centro de Observación (eufemismo que utilizaban antaño para designar los centros de reclusión juvenil) y después de correr durante quilómetros huyendo del vigilante, llega a la playa y ve el mar por primera vez. El mar, símbolo de la inmensidad, de lo desconocido y de la constante renovación, parece marcar un punto de inflexión en la vida de este niño y decirnos que a pesar (o quizás debido a) del abandono de sus livianos padres, tiene todo un futuro por delante.


La música es sencilla, eficaz y sirve notablemente la narrativa a lo largo de la película. Impresionante el trabajo del entonces quinceañero Jean-Pierre Léaud y su aura de humanidad, dignidad y nobleza, que desgraciadamente perdió a medida que se hizo adulto. No sé si se puede decir que borda el papel  o que en su esencia es el personaje que retrata, porque todas sus frases, sus gestos y su lenguaje corporal son tan naturales que nos hacen pensar que no está actuando. Excelso en la escena de la entrevista con la psicóloga – en parte gracias al agudo guión – y cuando le llevan al centro de detención juvenil en una furgoneta de la policía y mira al exterior a través de la red casi podemos ver su infancia escapándose delante de sus ojos, infancia que los adultos le robaron demasiado pronto. 
Vemos el retrato de una sociedad que no tiene lugar para las travesuras y los errores de los niños, niños que no son amados, protegidos ni respetados y que tienen poquísimo margen para vivir libre y despreocupadamente su infancia. Esta brutalidad pasaba en países desarrollados de Europa hasta lo que se dice ayer por la tarde, y sigue pasando en gran parte del mundo.