jueves, 1 de diciembre de 2011

Les 400 coups

(Aviso para quien no la ha visto y tiene intención de verla: Ésta entrada tiene “espóilers”)


Hace muchos años que no veía esta película. Truffaut decía que dirigía películas como las que le habría gustado ver en el cine cuando era joven. Tristísima e incluso trágica, nos muestra la dureza de las condiciones de vida de la infancia en los años cincuenta. El protagonista, Antoine Doinel, vive un infierno en el colegio, con profesores mediocres y autoritarios que imparten clases aburridas, y en casa, con una madre exigente, severa, irascible y fría y un padre infantil e irresponsable. Todo empieza con un castigo que recibe en el colegio y la posterior tarea de copiar la frase “No profanaré las paredes del colegio”. Antoine se olvida de hacer los deberes y ésta situación se va agigantando, él intenta excusarse pero lo único que consigue es enterrarse cada vez más y el asunto se va agravando.


Antoine duerme en una especie de desván al lado de la cocina, su pijama está roto y ni siquiera tiene sábanas. Tal como no hay apenas sitio para él en su propia casa parece no existir un espacio afectivo para Antoine en la vida de sus padres. Cuando se escapa de casa por primera vez debido a las reprimendas que ha sufrido en el colegio y escribe una carta a sus padres anunciando su huída, nos choca la indiferencia de éstos, ni siquiera vemos señales de preocupación y mucho menos intención de buscar a su hijo. Venimos a saber más tarde que la madre de Antoine ya estaba embarazada de él cuando conoció a su actual marido y que Antoine fue criado por una niñera y vivió con su abuela hasta los ocho años. Su madre nunca deseó su nacimiento y le ve como una carga. Más que el abuso físico al que sometían a los niños, lo que llama la atención es la terrible carencia de afecto que sufre Antoine, mucho más dañina que los golpes ocasionales que recibe de sus padres y de sus profesores. 
Después de escaparse de casa por segunda vez, cuando Antoine devuelve una máquina de escribir que había robado de la oficina de su padre para venderla y conseguir dinero para sobrevivir – intento fracasado – le descubre el conserje y sus padres deciden desentenderse de él y entregarlo a la policía. Ahora Antoine no pasa de un pequeño criminal ante los ojos de la sociedad, y será tratado acorde con ello.


Sin embargo, como suele suceder con las grandes obras, Les 400 Coups tiene una nota de liberación y esperanza. Las escenas en las que él y su amigo Renée hacen novillos y corren por París (magnífica la fotografía de Henri Decaë) y en la que filman las caras y reacciones de centenas de niños mientras asisten a una representación de marionetas de Caperucita Roja son enternecedoras y confirman la justa fama de Truffaut como un generoso retratista de la infancia. La amistad entre Antoine y Renée parece ser la única relación solidaria y pura de la narración, contrastando con la relación tensa e infeliz que tiene con sus padres.


Y claro, la escena final, cuando Antoine se escapa del Centro de Observación (eufemismo que utilizaban antaño para designar los centros de reclusión juvenil) y después de correr durante quilómetros huyendo del vigilante, llega a la playa y ve el mar por primera vez. El mar, símbolo de la inmensidad, de lo desconocido y de la constante renovación, parece marcar un punto de inflexión en la vida de este niño y decirnos que a pesar (o quizás debido a) del abandono de sus livianos padres, tiene todo un futuro por delante.


La música es sencilla, eficaz y sirve notablemente la narrativa a lo largo de la película. Impresionante el trabajo del entonces quinceañero Jean-Pierre Léaud y su aura de humanidad, dignidad y nobleza, que desgraciadamente perdió a medida que se hizo adulto. No sé si se puede decir que borda el papel  o que en su esencia es el personaje que retrata, porque todas sus frases, sus gestos y su lenguaje corporal son tan naturales que nos hacen pensar que no está actuando. Excelso en la escena de la entrevista con la psicóloga – en parte gracias al agudo guión – y cuando le llevan al centro de detención juvenil en una furgoneta de la policía y mira al exterior a través de la red casi podemos ver su infancia escapándose delante de sus ojos, infancia que los adultos le robaron demasiado pronto. 
Vemos el retrato de una sociedad que no tiene lugar para las travesuras y los errores de los niños, niños que no son amados, protegidos ni respetados y que tienen poquísimo margen para vivir libre y despreocupadamente su infancia. Esta brutalidad pasaba en países desarrollados de Europa hasta lo que se dice ayer por la tarde, y sigue pasando en gran parte del mundo.

martes, 29 de noviembre de 2011

Larga vida a la Reina

Creo que acabo de descubrir a la mejor Reina de la Noche (con perdón de Lucia Popp). Además de hacer cosas maravillosas con la voz, como dinámicas y variaciones de volumen y de intensidad que enriquecen todavía más esta música celestial, borda el personaje con un trabajo corporal eximio. Es la Reina más diabólica y poderosa que he escuchado hasta ahora.




viernes, 25 de noviembre de 2011

Esto es una prueba

Para ver si finalmente sé subir música al Blog y no tengo que recurrir constantemente a YouTube. Hace un rato estaba cotilleando en el archivo histórico de la Scala, y buscando el nombre de Callas cuál no fue mi asombro cuando vi que había interpretado a Elisabetta di Válois de Don Carlos (de la cual parece que no existe ningún registro, desafortunadamente). Pero lo que me dejó alucinada fue enterarme que cantó a Kostanze del Rapto en el Serrallo. Esto no deja de ser extraño, ya que la Divina decía que encontraba las óperas de Mozart aburridas. Esta afirmación me parecería una burrada si fuese proferida por cualquier otro ser humano, pero como es ella se lo perdono.
Bueno, aquí va una demostración de su pequeña incursión mozartiana de “Marten aller Arten” (“Tutte le torture” en italiano), grabada en 1954.


“Sediziose voci, voci di guerra”: Mi discografía de Norma I


Empezaremos el apartado de críticas discográficas con la más famosa de las óperas de Bellini. Deseo aclarar, una vez más, que se trata de una opinión estrictamente personal. No soy entendida en técnica de canto, y como tal no pretendo hacer una crítica estilo periódico o revista especializada. Se trata de una cuestión de gustos y de sensibilidad individual.




Es imposible hablar de las intérpretes de Norma sin mencionar a Callas. Fue el papel que más cantó (89 funciones) y para mí es uno de esos momentos rarísimos de la historia de la ópera en el que cantante y personaje se funden en una sola entidad y el intérprete absorbe las características del personaje de forma tan absoluta y perfecta que logra dejar una marca indeleble en la memoria colectiva. Callas ES Norma, es la medida con la cual comparamos a todas las demás que hayan cantado la sacerdotisa, antes y después de Callas. Otras podrán cantar de forma bellísima "Casta Diva", o la cabaletta, incluso de forma más convencionalmente bella que Callas. Pero nadie tiene esa capacidad increíble de fraseo, esa forma de articular cada palabra con el énfasis perfecto para que alcance su máximo significado. Nadie nos despierta un sentimiento de solemnidad casi religiosa en “Sediziose voci, voci di guerra” como ella. Nadie más consigue imprimir el pathos, la ira y la desengaño de “No, non tremare” y de “O di qual sei tu vittima” o alcanza una calidad sobre-humana en el “Vanne, sì, mi lascia indegno”. Nadie ha cantado un “Dormono entrambi” más desgarrador ni hace que nos duela el corazón quando pronuncia “Son miei figli” como Callas. Es la más temible y despiadada en “In mi aman alfin tu sei” y la más dulce y estoica “Qual cor tradisti” de la historia del disco. En mi opinión es la única que compone de forma totalmente convincente este personaje, con todas sus contradicciones y peculiaridades. Porque Norma es a la vez una mujer extremamente poderosa y extremamente frágil. Dulce en el amor y temible cuando se descubre traicionada, que al final acaba sacrificándose por un hombre que la ha engañado. Una Medea edulcorada, vamos.

La versión más famosa y difundida es la grabación en estudio para la EMI de 1954, con Serafin dirigiendo la orquesta de la Scala. La sostienen Callas y Serafin, porque los otros son de pena penita pena. Mario Filippeschi tiene un timbre infelicísimo y más que cantar, grita. Sus medios vocales son claramente insuficientes para resolver este papel ya de por sí ingrato y difícil. Ebe Stignani, antaño gran cantante, ya estaba demasiado mayor para interpretar a una jovencita. Su avanzada edad no se refleja apenas en la voz, que está desgastada y vacilante en muchos momentos, pero también en su estilo interpretativo, ya bastante datado, por lo que los duetos con Callas quedan bastante raros. Se nota perfectamente que vienen de dos escuelas de canto distintas y tienen formas de concebir la interpretación casi polares. De Rossi-Lemeni mejor no hablo. En defensa de ésta versión diré que tiene la escena final del I Acto más impactante y tremendo que alguna vez he escuchado. Callas está divina, poderosísima. Un portento vocal y una interpretación dramática omnipotente. Sospecho que ni el mismo Bellini se habría figurado que su personaje podría llegar a ser tan real.   

La versión de estudio del 1960, también con la Orquesta de la Scala dirigida por Serafin es recomendable sobre todo por Corelli, uno de los pocos tenores capaces de darle un tono heroico a Pollione sin morir en el intento. Ludwig generalmente me parece maravillosa, pero de Adalgisa no me convence mucho, se me hace raro verla en este papel. Callas ya empieza a mostrar inestabilidad en los agudos y se le nota alguna dificultad en las agilidades, pero sigue siendo una Norma magnífica.
Si tuviese que escoger una Norma callasiana probablemente me quedaría con la versión en vivo en la Scala de 1955. Ella está perfecta. Votto consigue realzar más los matices y las sutilezas de la partitura que Serafin y construye mejor las dinámicas, dentro de las limitaciones que conlleva la orquestación belliniana, que en algunos momentos parece poco más compleja que una pieza para banda de pueblo. Del Monaco tiene los medios vocales e interpretativos para dar el tipo de Pollione, aunque a veces se pasa un poco y raya el estilo chulesco. Simionato es una Adalgisa magnífica, delicada y bondadosa sin llegar a la mojigatería y la memez, principales defectos en los que incurren las intérpretes de la jovenzuela aprendiz. Zaccaria es un Oroveso más que correcto. El sonido es bastante decente para una grabación en vivo de los cincuenta. 

La versión del 52 en Covent Garden dirigida por Gui también es interesante por recoger otro testigo de lo que era la Norma de Callas en vivo, aunque el sonido sea bastante más pobre que el de la función scaligera. Contras: La dirección es menos refinada que la de Serafin o Votto, seguimos con el problema de la decadencia vocal de Stignani – con el agravante de ser en vivo y, por ende, se hacen más llamativas sus carencias canoras – y Picchi es más bien soso e irrelevante de Pollione. Curiosidad: Clotilde es interpretada por Sutherland.  


Dejo las Normas no-callasianas para otra entrada, que si no se hace infinita. 

martes, 22 de noviembre de 2011

Mañana beethoveniana

El último movimiento del concierto nº 4 para piano y orquesta. Con San Claudio dirigiendo la Orquesta de Lucerna (algunos elementos prestados de la Berliner) y Maurizio Pollini al piano.




El adagio cantabile de la Patética por Barenboim.



El concierto para violín con Perlman, Barenboim y los Berliner.




Y por último, una de las más altas creaciones del ser humano, dirigida por aquél que mejor supo interpretar su carácter de tragedia cósmica. Ya le dedicaré a Fürtwangler una entrada "come dio commanda" en otra ocasión.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Tarde de recitales

Esta tarde de domingo la he dedicado a escuchar recitales.


 Juan Diego Flórez - Bel Canto Spectacular  

Cómo me gusta este hombre. El título del disco será poco modesto, pero corresponde a la verdad. Timbre claro y solar, facilidad asombrosa en los agudos, legato irreprochable, expresividad en su justa medida. Arias de Donizetti, Bellini y Rossini (así me gusta). Participan la Netrebka (el único punto negativo del disco), Ciofi, Barcellona y Domingo. A mí me parece un disco muy equilibrado y me ha encantado. ¿Es comercial? Sin duda. Pero lo comercial sólo supone una desventaja cuando el ánimo de lucro se antepone a la seriedad y al valor artístico, lo que no sucede en este caso.



Patricia Petibon - Rosso

Todos sabemos qué excentricidades se gasta la soprano francesa. La primera pieza del disco (“Quando Voglio”, de la ópera Giulio Cesare in Egitto de Antonio Sartorio) me desconcertó muchísimo. Entre las castañuelas, la agitación de la música y sobre todo los gemiditos y grititos de la moza, me asusté un poco. Es la elección más dudosa del disco. Por lo demás, me gustaron mucho las arias de Rosso. Tiene la famosísima “Siam nave all’onde argenti” de mi amado Vivaldi, mucho Häendel, una de Scarlatti – compositor que normalmente me pone de los nervios pero este aria no estaba mal – y otros compositores que no conocía. Aviso, Petibon hace cosas muy raras. No es sólo que no domine para nada la ortodoxia del canto barroco, que no tenga especiales agilidades vocales y que las coloraturas sean bastante pobretonas. Es que hace lo que le da la gana cuando le da la gana. Agudos gratuitos, adornos rarísimos, gemidos demasiado enfáticos, suspiros, grititos, en fin, de tó. Me gusta más en los momentos introspectivos y contenidos que en las arias de bravura en las que hace las tonterías que he mencionado. Dicho esto, el disco me ha gustado bastante, aunque yo soy una amante inveterada del barroco y me hace bastante gracia la Patricia, por lo que mi opinión no es muy fiable. Absténganse de adquirir este disco los puritanos del canto, porque os puede dar un ataque.


Elina Garanča (¿se escribe así no? Mi letón está un poco oxidado) - Bel Canto

Si el disco de Petibon se caracteriza por los excesos interpretativos, el de Elina es totalmente lo opuesto. Muy bien cantado (no se esperaba otra cosa), sobrio y elegante.  Tiene extractos de Maria Stuarda, Tancredi (sí, está la ultra-pegadiza “Di tanti palpiti”), de I Capuleti e i Montecchi, de L’assedio di Calais, la ballata de Orsini de mi adorada Lucrecia Borgia (la ópera, no el personaje histórico), la romanza “All’afflito è dolce il pianto” de Roberto Devereux, una romanza de D. Sébastien, Roi du Portugal y de Adelson y Salvini y el trío “In questi estremi istanti” de Maometto II. Un empache de belcanto, vaya.  No sé si es porque las piezas del disco son poco emocionantes – con algunas excepciones - o porque Elina no es demasiado expresiva, pero el disco puede pecar por exceso de contención (léase: de aburrimiento). A mí me ha gustado, pero el belcanto es una de mis debilidades.

domingo, 20 de noviembre de 2011

El loggione de Visconti

En 1969, el programa de televisión francés "L'invité du dimanche" hizo un homeaje a Maria Callas (que por cierto, todo callasiano debería ver), organizando una especie de tertulia con ella y amigos suyos, compañeros de las andanzas operísticas. 


Entre ellos se incluía el grandísimo realizador Luchino Visconti, que contó muchas anécdotas de cuando se conocieron y de la época en que trabajaron juntos. Entre otras cosas, dijo que una de las primeras veces que vio a Callas en el escenario (cantando “Il Trovatore” en la Scala) él estaba en un loggione (gallinero en la lengua de Cervantes) lateral al escenario y mientras ella cantaba "D'amor sull'ali rosee" e iba avanzando en el escenario hacia delante, en dirección al público del patio de butacas, Visconti tenía la sensación de estar cada vez más dentro del escenario y Leonora fuera de él.

Por lo visto, ése momento de inmersión en la atmósfera de la ópera le inspiró para esta escena de la película “Senso”. Esto era en el tiempo en que el cine todavía creaba obras de arte. Menuda maravilla. 






Si la montaña no va a Mahoma…

Pues va el canal Mezzo y te consuela. Me refiero al concierto de arias barrocas que Philippe Jaroussky dio el pasado día 14 en la Gulbenkian (Lisboa) y que servidora, que no vive en la capital, se perdió. Con lo que me gusta a mí un Vivaldi y un Häendel. No lo retransmitieron por la tele, pero mi adorado canal transmitió un concierto en Ambronay del 2008 con Jaroussky que es una auténtica pasada. Se llama “Icônes du Seicento” y el contra-tenor canta sobretodo arias (si es que se les puede llamar así) de Monteverdi, compositor que apenas había escuchado hasta ahora y otros compositores desconocidos. Le acompañan el grupo “L’Arpeggiata” dirigido por Christina Pluhar y la soprano española Nuria Rial. 

Jaroussky está simplemente fantástico. Me encanta su timbre claro y límpido, y en este repertorio está como pez en el agua. Pero él no es el único motivo para ver este concierto. El ensemble toca maravillosamente y utilizan instrumentos de época que son una gozada. Me llamó especialmente la atención uno cuyo nombre desconozco pero que es una especie de “flauticuerno” y suena entre saxofón y trompeta. De hecho, hay momentos en los que la música suena a jazz

Ya había escuchado en la radio hace algún tiempo que existía un grupo que mezclaba la música de Monteverdi con sonoridades de jazz, es posible que sea éste. A mí en principio las fusiones de estilos diferentes no me gustan nada y me suenan bastante raras, pero la verdad es que aquí se acoplan perfectamente. La soprano tiene una voz preciosa (y un registro más bajo que el de Jaroussky, lo que no deja de ser curioso) y las piezas son de un repertorio bastante inusual, todo un descubrimiento. No lo escucharía todos los días, pero es un concierto muy recomendable. Ah, y con momentos de humor incluidos, como podéis ver en el vídeo (hay varios vídeos de este concierto en YouTube).




Así que nada, habrá que escuchar L’Incoronazione di Poppea y Il Ritorno di Ulisse in Patria, a ver qué tal.   

sábado, 19 de noviembre de 2011

Una de rusos

Y un viaje en el tiempo. El concierto para violín de Tchaikovsky interpretado por el mítico Oistrakh.


 


viernes, 18 de noviembre de 2011

Ay, Werther…

Bendita sea la funcionalidad de grabar del cacharrito del satélite. Basta ver la programación para la semana, apretar un botón y podemos disfrutar de todas las maravillas que el Mezzo tiene para ofrecernos.
Pues eso, que el otro día vi la función de Werther en el Palacio de la Bastilla, con Rolando Villazón de pobre Werther y Susan Graham de cumplidora Charlotte. La historia trata de esos amores dementemente asexuados que circunstancias externas impiden su realización, que tanto se estilaban en el romanticismo. Werther es un  poeta atormentado que ama a Charlotte, pero Charlotte prometió a su madre cuando ésta estaba en su lecho de muerte que se iba a casar con Albert, y por eso no puede corresponder a Werther (aunque Werther le haga tilín). Encima, se tiene que hacer cargo de sus tropecientos hermanos y es una chica muy virtuosa y con un acentuado sentido del deber, como buena alemana protestante. Esto sólo hace que Werther se enamore más, por su pureza, su inocencia y tal y pascual. Pero Charlotte se casa con Albert, y ante la insistencia de Werther que tienen que estar juntos, le hace prometer que sólo volverán a verse en Navidad. Werther pasa unos meses muy deprimido y cuando va a verla en Navidad apenas confirma que su amor es imposible. Coge una pistola del padre de Charlotte, se marcha a su cuchitril de poeta y va y se pega un tiro. Cuando Charlotte llega a su morada le ve agonizante, le dice que le quiere y le da un beso (¿ya era hora no, maja?) y Werther se tira una pechá de cantar de media hora hasta que se muere del todo. Para colmo, afuera suena el coro de niños cantando “Noël, Noël”.  
No conocía muy bien esta ópera, había escuchado los 2 primeros actos de esa grabación referencial con Kraus y Troyanos pero ya no me acuerdo porqué tuve de dejar de escucharla. Sí señor, la operita tiene unos momentos muy bonitos, desde la obertura, el coro de los niños, las arias de Werther y sobre todo los duetos entre los protagonistas, todo intensísimo. Gracias a Dios no tiene ballets (costumbre aburridísima de las óperas francesas) ni personajes odiosos como las grisettes de Manon. 


Villazón… a ver, el personaje de Goethe ya es patetiquísimo y atormentadísimo y está todo el rato contándonos lo que sufre. Villazón es muy exagerado en su caracterización de Werther – no entiendo porqué la mayor parte de los cantantes actuales veristean todo – si a esto le juntamos que siempre se le ve en un esfuerzo dolorosísimo para cantar y que está siempre en modo tremendo nos quedamos con un patetismo a la enésima potencia.  Dicho esto, no está mal en esta función, aunque las pasa canutas en algunos agudos  (y se le abren). Pero bueno, a mí me parece que tiene una voz agradable y en algunos momentos más introspectivos matiza y tiene detalles muy bonitos.
Susan Graham está impecable en toda la función, tiene un registro muy homogéneo y su contención funciona como antídoto al énfasis de Villazón. Me gustó el hecho de que no pareciese una bobalicona cuando escuchaba a Werther (cosa que ocurre en 95% de los dúos amorosos) pero que tampoco se quedase inerte. Vamos, que no se le puede pedir mucho más a Charlotte, que admitámoslo, es un personaje bastante sosaina.


Otra cosa: Sophie parece realmente una chiquilla inocente, no una matrona vestida de niña. Ludovic Tézier está muy bien de Albert, y cantó a Werther en algunas funciones que se representaron con la versión para barítono (¿) de la ópera. Los niños también son bastante adorables y el padre es un vejete entrañable poco adepto del planeamiento familiar.
La escenificación no tiene en cuenta el contexto histórico de la ópera (para variar) y la sitúa más o menos en los años 50 del siglo XX (creo yo, a juzgar por las bicicletas y los trajes). Aún así, yo hasta la encontré apañada. Entre los actos baja una especie de telón transparente con borradores de poesías (supongo que represente el alma atormentada de Werther). Casi toda la acción trascurre en la entrada de la casa de la numerosa familia de Charlotte, que tiene las paredes y el suelo pintarrajeados y escritos (¿alma atormentada de Werther?). Me gustó especialmente el cromatismo, el juego de las luces, y el uso que dieron al espejo. Los trajes de los niños eran la mar de graciosos y acentuaban la entrañabilidad de los susodichos. El detalle de que Werther estuviese todo el rato con un cuadernito en la mano escribiendo (incluso en el primer dúo con Charlotte) ya lo veo más dudoso. El hecho que el protagonista estuviese presente en todo momento de la ópera escribiendo en una mesa me parece resultón pero no entendí porqué la mesa tenía que estar encima de una roca. ¿Qué pintaba esa roca en el medio de la entrada de la casa de la familia Telerín? Nada. Más bien parecía una solución de última hora para “separar” a Werther de lo que pasaba en el escenario. Podrían habérselo currado más.




Resumiendo, una operita que merece la pena conocer y una función bastante apañadica. Lo siento por la escasez de fotos de esta producción, pero la página del Teatro de la Bastilla no tiene ningunas y Google tampoco está por la labor. 





miércoles, 16 de noviembre de 2011

La chica de las cenizas

Ayer vi una función de "La Cenerentola" en el Liceu (es de 2008, creo) que transmitió el canal Mezzo (clic). Hay que decir que el señor Gioachino no estaba muy inspirado cuando compuso esta ópera, y que a parte de sus momentos cómicos y de la archi-conocida "Nacqui all'afano... Non più mesta", no es una ópera que me entusiasme particularmente. 




Pero esta función es bastante disfrutable, en parte debido a una magnífica dirección escénica, a los escenarios y trajes arrojados y con una coherencia estilística notable (porque, queridos escenógrafos, ser “innovador” no quiere decir cargarse el libretto ni desproveer completamente de sentido la historia). Me encantaron los ratones humanos y los elementos del coro. Todo estaba cuidado hasta el mínimo detalle. Bueno, eso de de que al final todo fuese un sueño de Cenicienta y que seguía siendo una esclava de sus hermanas y de su padre y que no se iba a casar con el príncipe ni ná me pareció un poco de mala leche. Porque al final, esta ópera se basa en un cuento de hadas ¿no?
La orquesta (atención a Patrick Summers bailando en la obertura, qué tío más saleroso) era todo aquello que tiene que ser el Rossini cómico. Joyce DiDonato, salvo algunas dificultades en los agudos, estuvo muy bien. El resto de los cantantes (Bruno De Simone como Don Magnifico, David Menéndez como Dandini, Simon Orfila como Alidoro, Cristina Obregón como Clorinda y Itxaro Mentkaka como Tisbe) no eran excepcionales, pero estaban todos en su sitio.


Y me acordé de lo muchísimo que me gusta este señor.


martes, 15 de noviembre de 2011

Artistas improbables: Kathleen Ferrier

La casualidad es algo pavorosamente importante. Siempre me he preguntado qué papel que jugaba el azar en el descubrimiento de un artista. No estoy hablando de las circunstancias que deciden que algunos artistas se hagan famosos y otros no, eso son otro tipo de casualidades. Me estoy refiriendo al momento en el que alguien descubre en sí mismo un potencial, un talento, una predisposición que le puede llevar a ser genial la música. Es más probable que ocurra cuando tenemos ciertas condiciones que facilitan el descubrimiento y la explotación de esa capacidad (tener padres músicos, crecer en una cultura que dé importancia a la educación musical, o vivir cerca de un conservatorio). Sin embargo, a juzgar por la trayectoria vital inicial y el medio en el que se desarrollaron algunas personas, parecería improbable que se convirtiesen en grandes artistas.

Es el caso de Kathleen Ferrier. Ferrier nació en Lancashire en 1912. Dejó el colegio a los 14 años y empezó a trabajar de operadora telefónica. Hasta ahora parece la vida de tantas otras personas. Vale, tuvo clases de piano desde pequeña y su padre era un profesor de música apasionado que siempre insistía que cuando se cantase algo, se hiciese respetando las intenciones del compositor. Ferrier también participaba en concursos de piano para amadores. Sin embargo, prefirió casarse y dejar de lado una posible carrera musical. Todo indicaba que Ferrier sería un ama de casa como otros millones de mujeres. 
Quiso el destino que Ferrier no tuviese hijos y que su matrimonio fuese un desastre (y anulado). Pero su marido tuvo un papel importante en el descubrimiento de Kathleen como artista - y aquí entran las casualidades - porque le apostó que ella no sería capaz de entrar en un concurso musical como cantante, además de como pianista. Ella aceptó la apuesta y ganó ambas categorías. Así nació una gran cantante, a los 25 años. Ella fue la principal responsable por la difusión de Mähler al público inglés y americano (que no es poco), y rescató canciones inglesas dormidas en el baúl del olvido colectivo. Esto le cosechó varias críticas porque muchos consideraban estas canciones artísticamente inferiores (menos mal que no vivieron para escuchar Rihannas y Ladys Gagas). 
Poco tiempo después de cantar su segunda función de Orfeo ed Euridice (en inglés, dirigida por John Barbirolli) murió víctima de un cáncer. Tenía 41 años. Además de ser una de las pocas verdaderas contraltos, su timbre era especialísimo, quizá por el hecho de ser un sonido natural, sin entrenamiento del conservatorio. Sus interpretaciones eran sinceras, entregadas, vibrantes, sin cualquier pretenciosidad. Pero lo mejor será que lo juzguéis por vosotros mismos.




domingo, 13 de noviembre de 2011

Callas

Es muy difícil hablar sobre alguien sobre quien se han dicho tantas cosas. Sobretodo si esa persona es el artista que más admiramos. Soy perfectamente consciente de que todo lo que diga ya lo habrán repetido centenas de veces, pero siento que es mi obligación dedicarle una de mis primeras entradas.
Cuando tenía más o menos seis años y viajaba en el coche con mis padres escuché “Un bel dì vedremo” cantado por Ella y empecé a llorar. Fue la primera vez que me emocioné con la música. Muchos años después, su voz sigue siendo la única que consigue ese efecto. Claro que me emociono y siento escalofríos muy a menudo escuchando ópera, pero siempre es por la carga emotiva del momento, por el drama en sí. Callas tiene una propiedad misteriosa en su voz que hace que penetre siempre hasta el fondo de nuestro ser, que sintamos cosas que no sentimos con otros cantantes, aunque sean maravillosos. Quizás porque es la única que trasmite la Verdad de lo que está cantando, porque cuando ella interpreta algo sentimos el dolor, la pasión, la esperanza, el temor, el desengaño, la ira o la tristeza en nuestra propia piel, no como si fuese algo externo. Visconti decía “Maria es griega, por eso la tragedia le corre por las venas”. Le debemos muchísimo, no sólo por haber difundido óperas maravillosas que estaban olvidadas en los 50 pero sobretodo por haber revolucionado la interpretación de la ópera. Ella demostró es posible hacer creíbles a esas heroínas románticas. Sin embargo, nunca recurría a esos recursos fáciles de los suspiritos, sollozos o gritos. Toda su actuación estaba dentro de los límites de la musicalidad y nunca se centraba en la interpretación en detrimento de la melodía o de la técnica. Y mucho me temo que nadie más ha vuelto a conseguir esa proeza. Aunque por desgracia no se conserven apenas registros visuales de sus actuaciones, tenemos una amplia discografía suya que nos permite apreciar su voz y su arte. La mayor parte de su vida fue infeliz, quizá por eso conseguía interiorizar tan bien las desgracias de sus personajes. Quizá sea el precio que pagó por la inmortalidad. En cualquier caso, Ella es una poderosa razón para amar la ópera. 



viernes, 11 de noviembre de 2011

Cecilia Bartoli o la importancia de la orientación vocacional

Como toda cantante que se haya formado y proyectado a la fama durante la era mediática, Cecilia Bartoli (Ceci para los amigos) tiene tantos adoradores como detractores. Porque seamos sinceros, en cuanto vemos un disquito con la portada divinísima allo Photoshop el esnob operístico que llevamos dentro empieza a agitarse. Es cierto que algunas maniobras publicitarias en el mundo de la música clásica dan un poco de grima, pero tenemos que esforzarnos para que eso no nos impida disfrutar de los grandes artista que están por detrás de todo ese aparato mediático. Cecilia Bartoli es una buena cantante. Una gran cantante. Para mi gusto, llega a su pico en el Barroco, donde tiene momentos de absoluta exquisitez interpretativa y pirotecnias vocales. 


Su recital de Vivaldi en los Campos Elíseos es una joya, como el disco dedicado a Vivaldi, el de arias italianas de Gluck, “Opera Proibita”, etc. Nunca he tenido la suerte de verla en vivo, pero en los recitales que he visto en deuvedés y interneses - agilidades vocales y técnicas impecables a parte - me ha parecido una artista muy generosa, que se entrega completamente a lo que está cantando y parece que entra en una especie de trance del que sólo sale 3 o 4 segundos después que la orquesta pare. Me impacta verla cantar, creo que ha sido de las pocas que ha conseguido dar “carne y alma” al Barroco, que fácilmente se puede convertir en una música muy insustancial y de virtuosismo vocal sin más. Otras han intentado lo mismo, pero en mi opinión ninguna ha conseguido transmitir la vitalidad, la energía desbordante, la delicadeza y la frescura de Cecilia (véase esto y compárese con esto y con esto). En Rossini también está bien (aunque no genial) y en Mozart me gusta menos, creo que sobreactúa y se aleja un poco del equilibrio y la sobriedad estilística que pide el canto mozartiano. Recuerdo una Doña Elvira  muy desmadrada y tigresa bastante fuera de lugar, como podéis constatar aquí.

Peeeeeeero hasta aquí todo estaba en los límites de lo aceptable. Hasta que… A Ceci le entró una obsesión con la Malibran y decidió que quería cantar su repertorio, aventurándose al bel canto. ¡Ñeeeeeeeee! ¡Error! Al escuchar su Sonnambula me quedé patitiesa… ¿Pero esa buena mujer no tiene a nadie que le diga que está haciendo una barbaridad? ¿Cómo es posible que una artista de este calibre cante a Amina como a Griselda, adornando y ornamentando en cada nota, sin que venga a cuento, interpretándolo todo exactamente igual, en el mismo registro, sin un matiz expresivo y todo el rato en modo heroína bobalicona chiflada? No me he atrevido a escuchar su Norma entera, pero un "In mia man alfin tu sei" en YouTube (que ha desaparecido misteriosamente) no hizo más que confirmar mis temores. Cecilia cielo, estás fuera de repertorio, el bel canto no es tu fuerte. Vuelve a tus Vivaldis, a tus Häendeles, a tus Glucks y a tus Salieris, seguro que hay más compositores barrocos olvidados por ahí para que los rescates y nos regales tus magníficas interpretaciones.



jueves, 10 de noviembre de 2011

Don Carlo en el São Carlos de Lisboa

El pasado 12 de Octubre asistí a una de mis óperas favoritas de Verdi (y en consecuencia, de mis favoritas en general), Don Carlo. Es una pena que la versión de cuatro actos sea la más representada y la más grabada, porque cortarle el acto de Fontainebleu me parece una crueldad. Esta función no fue excepción a la regla, empezando la acción directamente en el convento de Yuste.

Comentemos. En primer lugar, estaba sentada en un sitio fantástico (¡¡3ª fila!!), y la verdad es que se disfruta muchísimo más cuando puedes ver al director, a la orquesta y a cada gesto o expresión que hagan los cantantes. Aunque para el desastre y la atrocidad completos que fue la escenografía, a veces uno deseaba estar en el gallinero. Pero de eso ya hablaré más adelante. La orquesta y la dirección eran bastante buenas, intensísimas (a veces pegaban unos zambombazos que te dejaban patitieso), con una lectura muy dinámica y fluida, a veces violenta, otras puramente lírica. A mí me satisfizo plenamente, creo que para el teatro en cuestión no se puede pedir más. El solo de violonchelo en el principio del III acto fue precioso. Martin André de vez en cuando indicaba verbalmente los ataques o cantaba la primera palabra del recitativo, cosa que jamás había visto pero me pareció bonito, se le veía ultra-implicado y que le apasionaba verdaderamente lo que estaba dirigiendo. He leído por ahí que esas indicaciones han molestado mucho a la gente… En fin, hay muchos snobs en este mundo operístico.

Cuanto a los cantantes, el nivel general era bastante bueno (una vez más, matizo, para lo que se puede esperar de un teatro como el São Carlos y para lo que hay actualmente). Giancarlo Monsalve sustituyó a Fabio Sartori en la interpretación de Don Carlo, y ¡bendita sustitución! Al segundo lo había escuchado en YouTube y me había desanimado bastante con su timbre más bien desagradable y su absoluta falta de expresividad, por no mencionar que a su lado Pavarotti es esbelto (vale, ya sé que el físico de los cantantes no debe ser importante y blablablá, pero eso sólo se aplica a los dioses de la lírica, y ver a un tonel representando Don Carlos te deja bastante desalentado). Giancarlo Monsalve me ha agradado bastante. Sí, tiene que mejorar su técnica, su registro medio no es muy homogéneo, en ocasiones la voz le sale engolada y a veces mostraba una vena verista un poco exagerada, pero joé, yo le veo con madera de lírico-spinto, tesitura que nos hace mucha falta hoy día.  Sus agudos son claros, preciosos y los da sin esfuerzo aparente, tiene brío, energía, una presencia carismática y buena planta, además de un timbre muy agradable e interesante. Todavía es joven, creo que si pule sus imperfecciones puede llegar a ser un excelente cantante en el futuro. Me he quedado con curiosidad de verle en papeles más veristas (Turiddu o Cavaradossi) o en un Don José, seguro que en ese repertorio estará todavía más cómodo. El hecho de que sea guapetón tampoco le perjudica nada (jijiji). El papel de Don Carlos es muy ingrato (no sólo vocalmente), y los intérpretes caen muy fácilmente en un patetismo exagerado y memo (a ver quién es el valiente que puede decir “Ne un sol, un sol detto pel’ meschino ch’esul sen va” y “Pietà, soffro sì tanto, pietà” sin parecer un huevazos). El escenógrafo tampoco ha ayudado en NADA: poner a Don Carlo cortándose las muñecas con un trozo de cerámica y abriéndose la camisa contribuye a esa exageración verista de la que hablaba y que está totalmente fuera de lugar en Verdi.

Por hablar en excesos expresivos: El Posa de Dmitri Platanias ha sido todo menos sobre-actuado. O quitando el “sobre”. El buen señor ha estado en el escenario como un palo, sin moverse o hacer el más mínimo gesto, la más mínima expresión. Que sea un mal actor ya es una pega, pero esa falta de expresividad también ha ocurrido en el canto. Qué fraseo más monótono, más plano. Sin un matiz, un énfasis, una mínima inflexión. Su timbre hasta era agradable y tenía una proyección estupenda, cantaba aparentemente sin esfuerzo alguno, con una extensión muy homogénea y un buen control del fiato. Pero esa inexpresividad le ha perjudicado mucho. Vamos, un Posa más bien soporífero (y mira que me gusta a mí este personaje).

La sorpresa más agradable de la noche fue Enrico Iori (Felipe II). ¡Qué pedazo de bajo! ¡Qué timbre más precioso, qué control de emisión, qué elegancia de fraseo! Su “Ella giammai m’amò” fue conmovedor. Su Felipe II fue como debe ser este personaje: contenido, temible, autoritario, atormentado. Espero verle en más ocasiones. Al final de la función le pedí que me firmase el programa (sí, soy así de friki) y estuve comentando la función con él: además de ser un gran cantante es simpatiquísimo y humilde. A ver si puedo ir a la Norma del Regio di Torino, donde cantará Oroveso.
Enkelejda Shkosa también me gustó mucho como Princesa de Éboli. Mejor en “O don fatale” que “Nei giardin’ del bello”. En muchas ocasiones le faltaban los graves (no es lo que llamo una “mezzo gorda” como Verrett o Cossotto) y tiene que mejorar el control de la respiración, pero actúa, tiene una presencia muy simpática y un timbre bastante bonito. Una vez más, el escenógrafo dificultó el trabajo interpretativo de los cantantes, vistiéndola con un traje y chaqueta ajustadísimos en la escena de la confesión a la reina que antecede el “O don fatale”. La pobre señora las pasó canutas para agacharse, “desmelenarse” y representar el desespero y el pathos que ese momento requiere.
Curiosamente, aquella en quien deposité mayores expectativas fue la que menos me gustó. Elisabete Matos, puede cantar en todos los Mets que quiera y hacer delirar a los yanquis, pero el papel de Elisabetta di Valois ya no es para ella (o acaso nunca lo fue). Ya me habían avisado que era bastante bastorra, pero su falta de sutileza y de dulzura en la construcción del personaje me decepcionó bastante. Para interpretar a Elisabetta es necesario ser contenida, sobria, etérea, noble, lo que entra en contradicción con pegar unos gritos de echar para atrás. Sus agudos son potentes, pero muy metálicos y a veces llegaban a ser desagradables. Quizá sea mejor de Abigaille o de Lady Macbeth. En este papel no me ha convencido nada. Además parecía la abuela de Giancarlo Monsalve, lo que era bastante risible en las escenas de amor. Claro está que, como nacional que era, fue la más aplaudida y ovacionada por el público. Por cierto, nunca había visto un público más soso y mezquino en mi vida, y mira que en algunas funciones que he asistido en un cierto teatro muy famoso la calidad artística era bastante más baja que en este Don Carlo (como en el Don Carlo del 2008 o la Tosca de la temporada anterior, por ejemplo) y el público había sido mucho más generoso. No sé si no conocían la ópera, estaban indignados con la puesta en escena y se lo han hecho pagar a los artistas, o qué ha pasado, pero apenas han aplaudido entre escenas.
El coro fue bueno, y el Abad de la primera escena también inesperadamente bueno (normalmente se comen la nota baja del final).

La puesta en escena era lo que viene siendo habitual en nuestros tiempos: Un listillo que cambió el momento histórico de la acción porque le dio la gana, situándola en los años 50 y añadiéndole detalles ridículos. ¿Qué sentido tenía? Ninguno ¿Aportaba algo a la obra? No. Osciló entre la estupidez absoluta, poniendo a unos niños haciendo de Posa y de Carlos jugando al tenis en la primera escena (lo de los niños parece que se ha convertido en un hábito – véase la susodicha función desastrosa de la Scala en 2008), y el mal gusto más atroz (la escena del auto-de-fe con estética auschwiztiana y el coro vestido de ¿médicos?). Ya he hablado del detallito de poner a Don Carlo cortándose las venas. Pues eso, una porquería.
A pesar de la escenografía demente, la música es tan maravillosa que te hace olvidar el resto. Yo me lo he pasado genial y he disfrutado muchísimo de la función. Si el San Carlos sigue con este nivel seré muy, muy feliz. Pero la próxima vez, que contraten a un escenógrafo que no se crea más genio que el propio compositor, y cuya única ambición sea “innovar” y “romper con los cánones”. Si vamos a la ópera es porque queremos ver la obra de Verdi, no la suya. 

Os dejo algunas fotitos para que admiréis el "gran" trabajo del escenificador, retiradas del álbum "Don Carlo" de Alfredo Rocha. 
Princesa de Éboli o azafata de Ryanair?

Felipe II y el Gran Inquisidor (momento milagro del paralítico)
Don Carlos versión Emo corta-muñecas y el brazo del Marqués de Posa 
Carlos y Posa cuando al Posa le dan un tiro y se pega media hora cantando
Supuestamente el pueblo español indignado y dispuesto a moler a palos a Don Carlo  pero que luego al que quieren pegar es al rey


Una pena no tener las fotos del auto de fé, era lo más tremendo.

Primer mensaje

Y así empieza mi primera aventura "bloggerística". He creado este blog por una necesidad de expresión personal sobre una de las cosas que más me apasiona: la ópera. Lo cual no quiere decir que de vez en cuando no hable de otras cositas, ya se verá. Quiero aclarar que en este espacio daré apenas una visión personal (y por ello carente de objetividad y bastante limitada) de la ópera y la música clásica en general. No sé tendrá alguna difusión o si escribiré exclusivamente al vacío virtual, en cualquier caso allá vamos.